El avance del nacional-socialismo

Homs podrá amenazar con la dama de hierro a todos aquellos que recordemos la historia. Pero lo que nunca podrá es borrar la Historia. Ni la de Cataluña, que nunca jamás fue un estado independiente; ni la de Casanova, que el mismo 11 de septiembre de 1714 anunciaba a los catalanes que «todos como verdaderos hijos de la Patria […] acudirán a los lugares señalados, a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España»; ni la del resultado que históricamente ha tenido la permisividad con las bravuconadas y vulneraciones legales cometidas por los responsables políticos.

Cuenta Sebastian Haffner en su libro Anotaciones sobre Hitler cómo «en marzo de 1938, Hitler, mediante la anexión de Austria, había convertido el Imperio Alemán en el Gran Imperio Alemán»; y cómo «en septiembre del mismo año, Inglaterra y Francia, en virtud del Compromiso de Múnich, toleraron que ese Imperio se anexionara las regiones periféricas de Bohemia y Moravia». Todo, por supuesto, bajo el pretexto aliado de que cualquier cosa era mejor que provocar el enfrentamiento. Cuenta igualmente Haffner cómo «el Compromiso de Múnich significó mucho más que el mero desmembramiento de Checoslovaquia», pues significó, «a efectos prácticos, el repliegue político de Francia e Inglaterra de la mitad oriental del continente y el reconocimiento de la Europa del Este, hasta la frontera rusa, como zona de influencia alemana». Todo ello, mientras Inglaterra y Francia miraban al infinito. Cuenta también cómo, tras esa cesión, «la Checoslovaquia desmembrada que dejaba el Compromiso de Múnich era como un pedazo de cera en las manos de Hitler. Polonia y Hungría, países a los que hizo cómplices de su apropiación de Checoslovaquia, se convertían en sus aliados, aliados débiles de un estado fuerte». Y cómo, más tarde, y de nuevo ante la falta de reacción de los futuros aliados, Rumania y Yugoslavia tuvieron que buscar en Alemania «una relación política lo más estrecha posible, ahora que su alianza con Francia había quedado anulada por el Compromiso de Múnich». Camino similar al seguido por Bulgaria y Turquía, que no tardaron en ponerse del lado de Alemania en una mezcla de interés y miedo. Y todo ello, una vez más, sin la más mínima oposición de Inglaterra y Francia. «Ya no hacía falta una guerra», cuenta Haffner: «Hitler había hecho realidad la primera visión política de su juventud».

No hacía falta una guerra. Pero la hubo. Porque las violaciones legales y constitucionales nunca podrán ser la cuna de la prosperidad. Y porque la permisividad con estas prácticas tan sólo sirve para engordar al monstruo.